Max es un
hombre de dinero, con tarjetas en todos los bancos. También es un hombre de
sociedad, miembro de todos los clubs. Y es, indudablemente, un hombre de mundo,
como sabemos por todas las tarjetas oro que tiene con todas y cada una de las
aerolíneas.
A Max no le
asustan las tareas domésticas y ha reunido tantos puntos en sus tarjetas de
supermercado que podrían y deberían regalarle un crucero. Es socio de todos los
museos, de varios gimnasios y de la biblioteca. Pero es un ser humano y, como
todos nosotros, en ocasiones enferma. Por suerte lleva siempre encima su
tarjeta de la seguridad social y la del seguro extra, por si debe ser
hospitalizado.
Un día, Max
iba camino de la agencia tributaria y se le estropeó el coche en medio de una
rotonda. Nunca había recibido tantos pitidos ni tantos insultos juntos, pero a
pesar de ello el incidente no pasó de ser molesto contratiempo. Llamó de
inmediato a uno de los tres clubes de automóvil a los que pertenecía y
enseguida vinieron a socorrerle. De camino al taller, tuvo una agradable charla
con el conductor de la grúa, que por casualidad era miembro de su mismo club de
alpinismo.
Aunque esta
estampa pueda llevarnos a pensar que la vida de Max es organizada, tranquila y,
hasta cierto punto, envidiable, no es tan idílica como parece. Su existencia
está teñida, emponzoñada incluso, por la burocracia. Mientras otros operan a
corazón abierto, dirigen orquestas o pilotan helicópteros, Max ha tenido que
dedicar siempre sus horas a rellenar formularios.
“¿Qué tipo
de formularios?” os preguntaréis. Pues de todo tipo: inscripciones en el
registro civil, declaraciones de la renta de las personas físicas,
declaraciones trimestrales de ingresos y gastos para la pequeña y mediana
empresa, solicitudes de subsidio agrario, inscripciones en el registro
consular, solicitudes de regulación catastral... La lista es inacabable. Max ha
escrito y ha visto escrito su nombre en todos los papeles imaginables.
Un día,
incluso tuvo que posar para la policía con el famoso cartelito. Se dejó colocar
mansamente ante la cámara, primero de frente y luego de perfil. Su cara
mostraba una expresión particular, mezcla de sorpresa, humillación y desafío.
El policía
de tráfico que le había obligado a detenerse en el arcén le había dicho que sus
datos figuraban en demasiadas multas y que tendría que acompañarlo a comisaría.
Tras una
noche insomne en el calabozo, Max Mustermann se dio a la fuga.
Empapelaron
la ciudad con carteles de “se busca”, desde los que Max miraba a los viandantes
con su mezcla de sorpresa, humillación y desafío. Pero no le encontraron y no
ha vuelto a saberse de él.
Las
bibliotecas y los clubes deportivos lloran la pérdida de su más querido
miembro.
Nota: MaxMustermann es un nombre ficticio que se usa en Alemania y Austria como marcador
de posición en plantillas y ayudas para completar formularios y bases de datos.
Empezó a usarse en 1978. Su versión femenina es Erika Mustermann.
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